Monday, June 10, 2013

FOTOS



LA LEYENDA DE LA SIRENA

LA LEYENDA DE LA SIRENA
Cuenta la leyenda que por el año de 1853, en el Rancho de San José Chimalhuacán se escuchaba un dulce e hipnótico canto femenino que se propagaba por todo el pueblo. La delicada voz pertenecía a una hermosa criatura de largos cabellos castaños, rostro de ángel, delicado talle y un cuerpo de pez: era La Sirena quien cada noche se posaba sobre una roca para peinar su larga cabellera y entonar una melodía que encantaba a todos los hombres. 

El mito de la Sirena es uno de los más populares entre los chimalhuacanos y ha permanecido vivo en la memoria de la gente por varias generaciones.

LEYENDA DEL FLECHADOR DEL SOL

Leyenda del flechador del sol
En la nación Mixteca, existe la leyenda de un héroe mixteco llamado Tzauindanda, (también conocido como Yacoñooy o Mixtecatl), quien demostró que la fuerza de la voluntad y el amor a su patria hizo posible que pudiera librar la batalla más difícil y con ello vencer al enemigo más fuerte que cualquiera pudiera tener. Esta héroe es mejor conocido como “EL Flechador del Sol”, y la leyenda dice, que:

Eran dos árboles gigantes que existían en el fondo de una misteriosa cueva en tierras de Apoala, que llegaron a amarse tanto, que entrelazaron, sus ramas y unieron sus raíces, de este fantástico amor, nació el primer hombre y la primera mujer Mixtecos. Con el tiempo, aquellos seres tuvieron hijos y os hijos de los hijos fundaron la ciudad de Achiutla, lugar donde nació Tzauindanda. La población de Achiutla creció tanto que ya no cabían, entonces Tzauindanda decidió salir a conquistar las tierras que necesitaba su pueblo para asentarse, así que tomó su arco y flechas y partió una mañana, dispuesto a disputárselas a quien fuera.

Por días, no descansó un solo instante hasta que llegó a una vasta y deshabitada extensión en donde no halló nada que estorbara su paso, sólo el sol brillaba esplendoroso como dueño y señor de aquellas tierras; tierras que Tzauindanda codició para él por frescas y hermosas.

Tzauindanda alzó la vista, no había una sola nube que le quitara el sol; después de un rato sediento y cansado, sentía los rayos del sol como cuchillos, como flechas que se clavaban en cada parte descubierta de su piel. Entonces comprendió: ¡El Sol era el señor de aquellas tierras!, por lo que levantó su arco y lanzó muchas de sus flechas contra el sol.

Por fin al atardecer se dio cuenta de que el sol se había debilitado, ya no herían sus rayos con la misma fuerza y el cielo tenía un ligero tinte rojo. Poco a poco el sol empezó a caer y el cielo se puso más y más rojo, hasta que por fin cayó tras los montañas , el cielo estaba teñido con la sangre del sol, indicaba donde había caído vencido el poderoso señor; ¡Tzauindanda, lo había derrotado!; de ahí, nuestro eslogan que dice: “lo Imposible, es Posible”.

La figura del Flechador del Sol, es el símbolo del IDM, Significa que nada es imposible cuando se tiene la determinación de cambiar. El héroe de Tilantongo, como dice la leyenda, se enfrentó al sol en desigual combate, hasta que una de sus flechas dio en el blanco y el sol, herido, cayó rendido hacia el abismo de la noche.

COATEPEC, TIERRA PRÓDIGA EN DIOSES Y LEYENDAS

Ángel Trejo



Ixtapaluca, Estado de México.- Coatepec es un cerro que debe su nombre a una serpiente, pero no a cualquier serpiente sino a una que estaba "cubierta con plumas verdes", que muchos años atrás, en la época prehispánica, habitó en una cueva del cerro de Cuatlapanca (cabeza partida) y cuando se mudó a otra montaña dejó grabadas las huellas de sus pies y manos en las rocas de su antigua casa. 


Estas señales, de tonalidad blanca, quedaron grabadas sin que se sepa aún con qué tipo de pintura (mineral o vegetal) fueron realizadas, ni en qué periodo se ejecutaron, dando margen a la especulación popular que las vincula también con otros tipos fantásticos o divinos, como el dios mesoamericano del viento Quetzalcóatl, venerado aquí desde hace más de mil años por su provisión del maíz al hombre. 


De acuerdo con la leyenda contada por tlenamacas -sacerdotes chichimecas que se autosacrificaban pinchándose las orejas con puntas de obsidiana- la serpiente emplumada se alejó del Cuatlapanca dando "grandes voces, silbidos y aullidos de día y noche, poniendo grande espanto y admiración, transformándose después en un ídolo de piedra a manera de persona portando un bordón en la mano".


Adosada a este mito, de nítida vigencia en la población de Coatepec, supervive la creencia de que este "cerro de la culebra" –traducción del topónimo náhuatl- pudo ser el lugar del nacimiento del dios solar mexica Huitzilopochtli, el cual habría sido parido por Coatlicue entre las dos colinas del Cuatlapanca, el cual se habría partido en dos al nacer la terrible divinidad azteca.


Aunque fuera de la ruta codificada por los propios aztecas, que ubicaban el natalicio de Huitzilopochtli entre Tula y Huichapan, los coatepeños de Ixtapaluca se aferran a su propia versión apoyados en otro dato geológico: las dos cabezas fragmentadas del Cuatlapanca están dedicadas a Huitzilopochtli y a Tláloc (Tonaltepec), como los altares del Templo Mayor de Tenochtitlán.


En el cerro dedicado al dios Tláloc, la otra gran divinidad mesoamericana de especial arraigo en esta región –Coatepec está asentado en la faldas del monte Tláloc y a 10 kilómetros de Coatlinchán, lugar donde fue esculpido el monolito que se exhibe en el Museo Nacional de Antropología desde 1969- solía vivir un águila cazadora de serpientes, de la misma variedad de la que figura en el Escudo Nacional. 


Estas coincidencias, la veteranía del pueblo (fue fundado en 1164 por huestes del rey Xólotl) y los recuerdos de la gente grande –"los abuelos de los abuelos"-, permiten colegir la existencia de un pasado de Coatepec muy cercano a la creación de los reinos tolteca, chichimeca, acolhua (Texcoco, al que perteneció) y a los aztecas, al que sus pobladores tributaron pulque y labores de cantería. 


Entre las muchas otras leyendas aún recordadas por los coatepeños –la asociación civil Cerro y Culebra que encabezan los hermanos Alfredo y Víctor Mecalco- figura la de Apolonio Rivera alias El Tigre de Coatepec, un raro especímen de bandido popular que robaba, solo y sin banda, a los grandes hacendados porfirianos de la región.


"Fue famoso porque se agarró de encargo a los propietarios de las haciendas de Xoquiapan (Íñigo Noriega), del Olivar (Antonio Zamora), Acuautla y Coxtitlán), los asaltaba cada que quería y porque terminó su vida en una celda de la guarnición militar del Palacio Nacional, al que fue confinado por el propio general-presidente Díaz una vez que la rural logró agarrarlo".


"El gobierno federal tuvo la atención de avisar de su fallecimiento al municipio de Ixtapaluca, su cadáver fue rescatado del Palacio Nacional por el delegado municipal de Coatepec Mariano Miranda y Apolonio está sepultado en el panteón de Coatepec, donde todavía existe su lápida", comentó don Alfredo Mecalco. 


Coatepec, camino de paso del Camino Real de México-Puebla-Veracruz, de conexión inmediata con Chalco y Texcoco, está a unos cuantos kilómetros de la Sierra Nevada formada por los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl y del legendario paso de Río Frío, donde una partida de asaltantes se hizo célebre en la primera mitad del siglo XIX. Este lugar está al pie de los montes Tláloc, Papayo e Iztaccíhuatl.


Los bandidos de Río Frío, se cuenta en Coatepec, se ocultaban en la Cañada de Tecalco, que une a esta población con el vallecito de Río Frío en un paisaje umbroso y misterioso por la abundancia de bosques. "En cuevas donde se ocultaban los ladrones suelen encontrarse ropas lujosas del siglo antepasado, monedas de oro y plata y restos de pesebres", dice don Alfredo, en referencia al reciente hallazgo de un lugareño de Coatepec. 


Una de las leyendas más bellas del pueblo está vinculada a la patrona Virgen del Rosario: "Había una viejecita –cuenta Mecalco- que soñaba con una escultura de la Virgen y nunca había logrado que ningún cantero de la región (Ayotla, Chimalhuacán) la hiciera como ella deseaba verla. Pero ocurrió que un día se presentaron en su casa dos jóvenes escultores...".


"Eran de buen porte e incluso bellos, y como única condición para hacerle la escultura le pidieron una jícara de agua y dos velas. Pasaron dos días encerrados sin que nada le solicitaran para comer y beber. Intrigada, al tercer abrió el cuarto y se encontró con la imagen en piedra que ella siempre había soñado, pero no halló por ningún lado a los escultores".


"La gente de entonces y de ahora –comentó el dirigente de Cerro y Culebra- siempre ha creído que esos escultores eran dos ángeles".